martes, 25 de febrero de 2014

El privilegio de los efebos

Por: María Jaramillo Alanís


Camino Real a Tula.-La mitología griega cuenta que el seductor Zeus se enamoró tan ardientemente del joven Ganímedes que le secuestró, le llevó al Olimpo y le convirtió en su amante. Por su parte, Apolo sucumbió a la belleza de Jacinto, un adolescente mortal, a quien se entregó incondicionalmente.

Aquiles y Patroclo fueron más que amigos durante la Guerra de Troya. Se cuentan por decenas las historias mitológicas que giran en torno al amor entre hombres, dioses o semidioses y jóvenes efebos que sirven de ejemplo del pensamiento heleno con respecto al amor homosexual masculino, el más perfecto y puro según su cultura.

Fueron célebres las relaciones entre Alejandro Magno y Hefestión o entre Platón y varios de sus alumnos. En Roma, el amor entre el emperador Adriano y Antinoo: Hombre de todas las mujeres y mujer de todos los hombres.

Antínoo tenía tareas específicas, el efebo favorito de Adriano se encargaba de las carreras de cuádrigas y bailar danzas bitinias para el César. El mancebo nació en Hispania en el 77 y murió en el 138 a los 61 años de edad.

La belleza del joven enloqueció a Adriano quien luego de la muerte de Antínoo ordenó bustos y estatuas que distribuyó en todo el reino, su muerte fue misteriosa, pues fallece ahogado en el Nilo y aún no se sabe ni cómo ni por qué. No conocemos si este atlético individuo tuvo un accidente en la ribera del Nilo o lo asesinaron, ya que su cercanía con el Cesar le atraía envidias.

Algunos especialistas recuerdan que Adriano, quien gobernó de los años 117 al 138, resolvió en su corpus iures, que en los disputas judiciales deberían tenerse en cuenta las opiniones de aquellos que gozaban del ius publice respondendi, que ese cuerpo de leyes era parte de las Constituciones imperiales, compiladas por Justiniano y colocadas por orden cronológico, correspondiendo la primera precisamente al emperador Adriano.

¿Alguien sabe qué tareas específicas tienen los efebos en la actualidad? Si en la antigua Grecia y Roma el amor entre los varones fue algo normal, hoy no debe ser de otra manera y debemos aceptarlo, eso nos mostraría como una sociedad de avanzada y comprenderíamos por qué la misoginia en un estado de machos calados.

Desde siempre, los varones de apellido con pedigrí-y las señoras también- eligen a sus mancebos, algunos lo son por inteligentes, otros por su belleza, otros más por su don de excelentes juristas que hacen el trabajo de su Guía y Maestro, y no es casual que lleguen a gobernar, con esposa y efebo, más bien viceversa.

Nuestra pequeña Grecia, cuna de la violencia, no del pensamiento, tiene su efebo favorito y es tan eficaz que ya organiza campaña rumbo a otro Olimpo, uno que perdure seis años, pues este de tres se empequeñece, se hace nada, así se han jurado al oído, el tirano y su también pequeño Efebo de tersa piel y barba de candado.

El Emperador victoriano de apellido francés, ha montado, como Adriano, a su mejor corcel, junto a él cabalga su inseparable Efebo, y atrás de la raya su esposa a la que todos ignoran.

A lo lejos, los aldeanos los observan desde sus buhardillas, sin agua, aterrados porque el Victoriano les juzgará y castigará si no pagan el costo del agua que beben y pobre de aquellos que aparquen sus carromatos sin pagar, también serán castigados.

¿Quién les dirá que el gusto por los efebos es para su vida privada? ¿Quién les dirá que es un ultraje al honor, a su investidura y al pueblo al que juzgan de manera cruda si entre los pobres se da la homosexualidad?

¿Qué tan lejos está el verdadero imperio de este imperio de opereta?

Más que un pueblo pensante, de filósofos, efebos, y pequeños tiranos, Victoria es un pueblo de califas, ladrones, traficantes, masoquista, saltimbanquis, putas arrepentidas y beatas metidas a putas, una Sodoma y Gomorra, pues.

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