miércoles, 25 de noviembre de 2020

Desasombro…

 

Por María Jaramillo Alanís

Quien sabe, pero un buen día Maite se despertó como si la vida de todos hubiese pasado encima de ella, hasta el punto de asfixiarla. Antes de este episodio solía  ser solitaria, callada, atenta, reía y de cuando en cuando cantaba, pero desde aquella noche no paró de llorar durante cuarenta días.

 Sollozaba con la mirada puesta en quién sabe qué. Se notaba que estaba presente pero en sí, ella, su pensamiento y alma, estaban muy  lejos. Como mirando un fantasma que le robo la alegría.

Dn. Eladio mandó a traer al Doctor Fujiyama,  desesperado le ordenó

-¡Usted tiene que curarla Doctor, mirarla como está! Dele unas pastillas que la duerman, que le quite esa pipitilla que no la deja dormir ni a nosotros.

Doña Laura, madre de Maite apesadumbrada aconseja amorosa a su  marido.

-Viejo, estese tranquilo, deje que el Doctor Fujiyama haga su trabajo, mientras le hacemos un tecito de boldo a la niña.

Pensativo, el Doctor Fujiyama inicio la revisión de rutina como a cualquier paciente. Maite yacía tendida sobre su blanca cama, se mecía hacía un lado y otro, tal y como le ordenaba el  médico.

-¿Te duele aquí? Respira profundo…aguanta el aire, exhala.

Nada que dijese el médico hacía cambiar a Maite, de hecho su llanto se hacía más prolongado, ahogado.

-Cuéntame Maitecita, soy todo oídos, sabes que puedes confiar en mí. Mientras ella escondía la cara entre sus manos.

Parecía que la tristeza se le había adherido de  golpe  y solo lloraba. Tampoco  tenía palabras, ni preguntas ni respuestas, sólo llanto. Esa tristeza provenía de lo más profundo, quizá de su raíz, su vida anterior. Nadie sabía.

Nadie supo que el día anterior a su mala noche, Maite charlaba animada con su amiga de la infancia, Janet, se prometieron que irían a Manzanillo de paseo, de vacaciones. Era mayo y pronto vendría el verano y su descanso.

 Ese día no llegó, alguien le dijo en voz baja, casi en secreto, por aquello de que las paredes oyen,  que Janet no aparecía, se había marchado sin dejar rastro, un comando armando –de los que en los últimos tiempos habitan nuestras calles- se la llevó de su casa.

Maite se escondió bajo las sábanas, esa maldita noche de junio del 2011 Janet no regresó, a la fecha nadie sabe nada de aquella largirucha y bella muchacha.

Maite no podía decirle al médico, ni a sus padres que era un dolor insoportable y que todas las lágrimas del mundo eran poquitas para llorar a Janet, pues no tenía una tumba donde llevarle flores.

El Doctor Fujiyama al verle en aquel estado, encontró el diagnóstico e  informó a los padres de Maite.

-A Maitecita tiene que verla Doña Anastasia, la curandera, si no me equivoco tiene desasombro. Su alma está perdida y sólo sus atenciones podrán regresarla. Eladio vaya por esa mujer para que cure su hija. El mal de Maite no se cura con medicinas.

Tenía razón el Dr. Fujiyama, el mal de Maite no se curaba con medicinas, sino con la presentación con vida de Janet, su amiga fotógrafa y compañera de sueños.

A nueve años de la desaparición forzada de Janet, Maite sigue llorando en silencio su ausencia.

barbarabotero@gmail.com

 


ORFANDAD

  María Jaramillo Alanís A la mañana de domingo la espantó como todos los días el trino de una primavera, el gato que rasca el vidrio de l...