Por:
María Jaramillo Alanís
Camino
Real a Tula.-La mitología griega cuenta que el seductor Zeus se enamoró tan ardientemente
del joven Ganímedes que le secuestró, le llevó al Olimpo y le convirtió en su
amante. Por su parte, Apolo sucumbió a la belleza de Jacinto, un adolescente
mortal, a quien se entregó incondicionalmente.
Aquiles
y Patroclo fueron más que amigos durante la Guerra de Troya. Se cuentan por
decenas las historias mitológicas que giran en torno al amor entre hombres,
dioses o semidioses y jóvenes efebos que sirven de ejemplo del pensamiento
heleno con respecto al amor homosexual masculino, el más perfecto y puro según
su cultura.
Fueron
célebres las relaciones entre Alejandro Magno y Hefestión o entre Platón y
varios de sus alumnos. En Roma, el amor entre el emperador Adriano y Antinoo:
Hombre de todas las mujeres y mujer de todos los hombres.
Antínoo
tenía tareas específicas, el efebo favorito de Adriano se encargaba de las
carreras de cuádrigas y bailar danzas bitinias para el César. El mancebo nació
en Hispania en el 77 y murió en el 138 a los 61 años de edad.
La
belleza del joven enloqueció a Adriano quien luego de la muerte de Antínoo
ordenó bustos y estatuas que distribuyó en todo el reino, su muerte fue
misteriosa, pues fallece ahogado en el Nilo y aún no se sabe ni cómo ni por
qué. No conocemos si este atlético individuo tuvo un accidente en la ribera del
Nilo o lo asesinaron, ya que su cercanía con el Cesar le atraía envidias.
Algunos
especialistas recuerdan que Adriano, quien gobernó de los años 117 al 138,
resolvió en su corpus iures, que en los disputas judiciales deberían tenerse en
cuenta las opiniones de aquellos que gozaban del ius publice respondendi, que
ese cuerpo de leyes era parte de las Constituciones imperiales, compiladas por
Justiniano y colocadas por orden cronológico, correspondiendo la primera
precisamente al emperador Adriano.
¿Alguien
sabe qué tareas específicas tienen los efebos en la actualidad? Si en la
antigua Grecia y Roma el amor entre los varones fue algo normal, hoy no debe
ser de otra manera y debemos aceptarlo, eso nos mostraría como una sociedad de
avanzada y comprenderíamos por qué la misoginia en un estado de machos calados.
Desde
siempre, los varones de apellido con pedigrí-y las señoras también- eligen a
sus mancebos, algunos lo son por inteligentes, otros por su belleza, otros más
por su don de excelentes juristas que hacen el trabajo de su Guía y Maestro, y
no es casual que lleguen a gobernar, con esposa y efebo, más bien viceversa.
Nuestra
pequeña Grecia, cuna de la violencia, no del pensamiento, tiene su efebo
favorito y es tan eficaz que ya organiza campaña rumbo a otro Olimpo, uno que
perdure seis años, pues este de tres se empequeñece, se hace nada, así se han
jurado al oído, el tirano y su también pequeño Efebo de tersa piel y barba de
candado.
El
Emperador victoriano de apellido francés, ha montado, como Adriano, a su mejor
corcel, junto a él cabalga su inseparable Efebo, y atrás de la raya su esposa a
la que todos ignoran.
A
lo lejos, los aldeanos los observan desde sus buhardillas, sin agua, aterrados
porque el Victoriano les juzgará y castigará si no pagan el costo del agua que
beben y pobre de aquellos que aparquen sus carromatos sin pagar, también serán
castigados.
¿Quién
les dirá que el gusto por los efebos es para su vida privada? ¿Quién les dirá
que es un ultraje al honor, a su investidura y al pueblo al que juzgan de
manera cruda si entre los pobres se da la homosexualidad?
¿Qué
tan lejos está el verdadero imperio de este imperio de opereta?
Más
que un pueblo pensante, de filósofos, efebos, y pequeños tiranos, Victoria es
un pueblo de califas, ladrones, traficantes, masoquista, saltimbanquis, putas
arrepentidas y beatas metidas a putas, una Sodoma y Gomorra, pues.
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