Por María Jaramillo Alanís
Quien sabe, pero un buen
día Maite se despertó como si la vida de todos hubiese pasado encima de ella, hasta
el punto de asfixiarla. Antes de este episodio solía ser solitaria, callada, atenta, reía y de
cuando en cuando cantaba, pero desde aquella noche no paró de llorar durante cuarenta
días.
Sollozaba con la mirada puesta en quién sabe
qué. Se notaba que estaba presente pero en sí, ella, su pensamiento y alma,
estaban muy lejos. Como mirando un
fantasma que le robo la alegría.
Dn. Eladio mandó a traer al
Doctor Fujiyama, desesperado le ordenó
-¡Usted tiene que curarla
Doctor, mirarla como está! Dele unas pastillas que la duerman, que le quite esa
pipitilla que no la deja dormir ni a nosotros.
Doña Laura, madre de Maite
apesadumbrada aconseja amorosa a su marido.
-Viejo, estese tranquilo,
deje que el Doctor Fujiyama haga su trabajo, mientras le hacemos un tecito de boldo
a la niña.
Pensativo, el Doctor
Fujiyama inicio la revisión de rutina como a cualquier paciente. Maite yacía
tendida sobre su blanca cama, se mecía hacía un lado y otro, tal y como le
ordenaba el médico.
-¿Te duele aquí? Respira
profundo…aguanta el aire, exhala.
Nada que dijese el médico
hacía cambiar a Maite, de hecho su llanto se hacía más prolongado, ahogado.
-Cuéntame Maitecita, soy
todo oídos, sabes que puedes confiar en mí. Mientras ella escondía la cara
entre sus manos.
Parecía que la tristeza se
le había adherido de golpe y solo lloraba. Tampoco tenía palabras, ni preguntas ni respuestas,
sólo llanto. Esa tristeza provenía de lo más profundo, quizá de su raíz, su
vida anterior. Nadie sabía.
Nadie supo que el día
anterior a su mala noche, Maite charlaba animada con su amiga de la infancia, Janet,
se prometieron que irían a Manzanillo de paseo, de vacaciones. Era mayo y
pronto vendría el verano y su descanso.
Ese día no llegó, alguien le dijo en voz baja,
casi en secreto, por aquello de que las paredes oyen, que Janet no aparecía, se había marchado sin
dejar rastro, un comando armando –de los que en los últimos tiempos habitan
nuestras calles- se la llevó de su casa.
Maite se escondió bajo las
sábanas, esa maldita noche de junio del 2011 Janet no regresó, a la fecha nadie
sabe nada de aquella largirucha y bella muchacha.
Maite no podía decirle al
médico, ni a sus padres que era un dolor insoportable y que todas las lágrimas
del mundo eran poquitas para llorar a Janet, pues no tenía una tumba donde
llevarle flores.
El Doctor Fujiyama al verle
en aquel estado, encontró el diagnóstico e informó a los padres de Maite.
-A Maitecita tiene que
verla Doña Anastasia, la curandera, si no me equivoco tiene desasombro. Su alma
está perdida y sólo sus atenciones podrán regresarla. Eladio vaya por esa mujer
para que cure su hija. El mal de Maite no se cura con medicinas.
Tenía razón el Dr.
Fujiyama, el mal de Maite no se curaba con medicinas, sino con la presentación
con vida de Janet, su amiga fotógrafa y compañera de sueños.
A nueve años de la
desaparición forzada de Janet, Maite sigue llorando en silencio su ausencia.