María Jaramillo Alanís
A la mañana de domingo la espantó como todos los días
el trino de una primavera, el gato que rasca el vidrio de la ventana, el gallo
de Juanita que canta incansablemente y el ladrido del perro de la casa de
enfrente.
La casa se hizo grande y sus paredes son más blancas, en
la cocina están tus sartenes despostillados, la olla vieja donde se hierve el café, los manteles
que bordaste, el grifo del agua sigue descompuesto y el fregadero nadie parece
importarle.
Los rosales que
deseaste florean en la entrada de la casa, el naranjero tiene pequeños frutos,
la flor rosa del durazno adorna el fondo del solar, hay basura atrás de la casa
y el patín de Pedro esta arrumbada junto a la bicicleta.
El río esta repleto de árboles jóvenes y apenas sí
corre agua turbia en su cause, la calle sigue sin pavimento, la luz mercurial
es amarillenta y vieja, el camión recolector de la basura sigue pasando a las
seis, el silbato de un vehículo anuncia
la venta de agua embotellada, los muchachos montados en motocicletas no paran
el trajín con la vendimia de las tortillas de maíz, los niños vuelven a clases
después de vacaciones de Semana Santa.
Sí, aún no se colocan tus jarros en la cocina.
Mi papá busca con quien iniciar el pleito cotidiano,
arrisca la nariz, se chupa los dientes y sigue sin querer cambiarse de ropa.
Vine a darte cuentas buscando tus ojos tristes y tu
mirada melancólica, tu sonrisa tierna y tu voz inolvidable.
No estabas, ahí sólo había una lápida y una desdichada
cruz de madera con tu nombre.
La ausencia de tus pasos y tu figura menuda, lacera…aguijonea
el alma.
Las 6:30 y sólo
faltas tú.
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